lunes, 3 de mayo de 2010

CUADERNILLO Nº 38 – Parte 2

DESARROLLO DEL ALMA A LO LARGO DE MUCHAS VIDAS

Este concepto de despliegue progresivo, de avanzar primero hacia una manifestación física más potente para luego, en un punto de rica madurez, regresar hacia el centro y la fuente, también da cabida al concepto macrocósmico de las vidas múltiples, experimentadas en bien del alma.

El progreso del alma a través de innumerables encarnaciones sigue un patrón similar al del desarrollo humano individual; se inicia con un largo período en el cual su trabajo principal es alcanzar el dominio del vehículo físico o cuerpo. A este dominio, logrado después de muchas vidas, sigue el desarrollo y refinamiento del equipo emocional y, más adelante, del aparato mental.

La siguiente meta de la encarnación, que también requiere muchas vidas, es la efectiva coordinación de todos estos elementos: los aspectos (o cuerpo) físico, emocional y mental. Cuando estos cuerpos están finalmente alineados y funcionando en sincronización energética, el resultado es una personalidad realmente integrada.

La personalidad integrada, cuando se alcanza, es un potente vehículo para la expresión en el mundo exterior, una poderosa fuerza para el bien o para el mal. Es justamente a esta altura del desarrollo cuando el alma empieza a reparar más en sus manifestaciones en el plano terrestre. Por fin tiene, en la personalidad integrada, un vehículo lo bastante evolucionado como para expresar en la existencia material las cualidades del alma. Y esta empieza a llamar a gritos a su manifestación, a reclamar su vehículo de expresión.

Lo que ocurre entonces equivale a lo que pasa cuando una madre llama a su hijo cuando está jugando, embelesado en el glorioso papel que representa en su drama de mentirillas. Al principio la criatura no oye siguiera el llamado de su madre, tan fuerte es el mágico hechizo bajo el cual está; cuando por fin escucha la voz del adulto, se resiente por la intromisión y se niega a acudir. Para que entre en la casa serán necesarias medidas más fuertes.

Lo mismo sucede cuando el alma llama a la personalidad integrada, que está en el mejor momento de su potencia en el plano terrestre y se resiste, resentido por la llamada. Se produce entonces una lucha entre la personalidad y el alma. Sigue una serie de vidas en las que la presión del sufrimiento, generado por fallas en nuestro carácter, acaba por hacernos reconocer las limitaciones de nuestro egocentrismo y obstinación. Cuando el príncipe Iván despidió al lobo, diciendo que le bastaban su fuerza y su sagacidad para completar solo su viaje, sufrió la peor de las catástrofes: fue asesinado y yació muerto por mucho tiempo. Sólo el lobo, con sus cuidados, pudo despertarlo y llevarlo al hogar.

Todos debemos aprender, tarde o temprano, que no es posible hacer solos el viaje. Debido a grandes presiones, a veces terribles, nuestra personalidad desarrolla la disposición a rendirse a un poder superior, más grande que ella. Cuando lo hacemos se produce la curación gradual o súbita de esas dificultades que provocaron nuestra rendición.

A medida que recorremos el Camino de Retorno vamos cobrando cada vez más conciencia de que el alma nos guía. Se repiten episodios incompletos de vidas anteriores, de los que aún llevamos heridas y cicatrices, pero reaparecen como ciclos de curación. Se generan presiones; somos sometidos a pruebas. A su debido tiempo nos rendimos a esos ciclos de curación; los resultados son comprensión, perdón y servicio.

Cuanto más nos encontramos con el viejo karma y lo superamos, cuanto más curamos viejas heridas y eliminamos antiguas cicatrices, más fuerte y consciente se torna nuestra identificación con el alma. A lo largo de innumerables vidas, desarrollamos un vehículo cada vez más refinado y sensible para la expresión del alma, hasta que al fin se disuelve la división entre lo que se manifiesta en materia y eso que lo envió a su manifestación. Se alcanza la unión entre el alma y su vehículo. Como veremos más adelante, la expiación es el paso final de esa reconciliación.

SOMOS EMBAJADORES DEL ALMA

Si en nuestra existencia cotidiana no nos vemos como infatigables cruzados de una gesta inmensa, sino más bien como cansados actores de un interminable culebrón, es porque nuestra visión es limitada.

Durante una encarnación en el plano terrestre nos identificamos casi por completo con nuestro cuerpo físico y las percepciones de sus sentidos, a las cuales nuestra personalidad agrega sus interpretaciones de la realidad. No nos damos cuenta de que, tomadas en conjunto, sólo componen la avanzada del alma en el denso plano físico. Nuestra excesiva identificación con el vehículo de la existencia física es más o menos como decidirse a emprender un viaje, buscar un auto y conducirlo rumbo a nuestro destino, pero creer sólo en la realidad del vehículo, la ruta, el panorama y los acontecimientos del camino, olvidando por completo de que fue uno quien decidió hacer el viaje, y conducimos y terminamos por llegar. Los datos de nuestros sentidos físicos oscurecen el hecho de que el alma que nos envía es una realidad mayor que nuestro provisorio vehículo para el viaje.

Como embajador del alma en el plano terrestre, el ser humano encarnado se mueve en una de dos direcciones. Como nuestro héroe puede alejarse del hogar o emprender el regreso, tras haber aprendido mucho de su viaje.

Esotéricamente se dice que estamos en el Camino hacia fuera o en el Camino de Retorno. Mientras vamos por el Camino hacia fuera, descendemos a la materia física y nos identificamos más y más con ella; primero mediante nuestro cuerpo físico, las sensaciones y experiencias que este nos proporciona; después, mediante nuestra visión de uno mismo como personalidad, como fuerza para realizar nuestros deseos en el mundo material.

En el Camino de Retorno nos vemos atraídos hacia nuestra Fuente de origen y llevamos con nosotros todo lo que hemos ganado en nuestras aventuras.

Sin embargo, como ya hemos visto, a fin de reconciliarnos con lo que nos envió, debemos desprendernos del karma que hemos generado y curar las heridas ocasionadas por las experiencias vividas en el Camino hacia fuera. Muchas de estas heridas y las configuraciones de energía congelada que las acompañan, “cicatrices energéticas”, se eliminan mediante la comprensión, el perdón y el remedio a través del servicio.

¿Cómo VINE A PARAR A ESTA FAMILIA?

LA ELECCIÓN DE UN PROGENITOR DIFÍCIL

En el momento de cada encarnación elegimos, bajo la dirección del alma, a los padres que no sólo nos proporcionarán el vehículo físico adecuado para la próxima vida, sino aquellos que más ayuden a nuestro desarrollo espiritual. El alma, en su deseo de evolución, nos asigna a nuestros padres, no porque sean capaces de darnos todo lo que nuestra personalidad pueda desear, sino porque nos proporcionarán una parte importante de lo que requerimos para avanzar en el Camino.

Quien crea que habría podido avanzar más en la vida si sus padres le hubieran dado más amor, aliento o comprensión, hará bien en recordar que esos son los deseos de la personalidad, no las necesidades del alma. Lo que podamos alcanzar o no en el mundo exterior tiene poca importancia en relación con el progreso que alcanzamos en una existencia dada por cuenta de nuestra alma. Gracias a las reacciones que provocan en nosotros, con frecuencia los progenitores difíciles prestan una gran contribución a ese progreso.

REDEFINICIÓN DE LAS RELACIONES

¿Qué haríamos con una invitación a encontrarnos con nosotros mismos en un plano más profundo y verdadero? Con toda probabilidad, haríamos lo posible por ignorar la invitación, desacreditar a la persona que nos la había extendido y continuar con nuestra vida como antes. Tal es la respuesta que la mayoría da por lo general a sus ciclos curativos. Después de todo, si fuera fácil admitir en la conciencia esas partes nuestras que tenemos y despreciamos, todos lo haríamos mucho antes y respondiendo a presiones mucho menores de las que habitualmente se requieren.

Si crees que recibirías de buen grado la oportunidad de comprender mejor tu propio temperamento, formúlate las siguientes preguntas. Como sonarán mucho más poderosas y reales en tu propia voz, pregúntate en voz alta: ¿Y yo? ¿Me ha invitado la vida a ser más sincero sobre mi lado oscuro? ¿Y cómo he respondido a esas invitaciones: con franqueza o con miedo? ¿Qué sería lo peor que podría descubrir sobre mi propia naturaleza? ¿Puedo aceptar que eso podría morar en mí, alimentando mi horror, mi asco y mi actitud crítica hacia aquellos que no pueden ocultar este aspecto en sí mismos? ¿Conozco a alguien que haya ayudado a crear en mí la aversión por estos rasgos? ¿Puedo reconocer que tal vez debería estarles agradecido por la parte que han jugado en mi propia evolución?

Obviamente, para estas preguntas no hay respuestas “acertadas” que puedas buscar en la página de un libro, después de haber reflexionado. Estas son las preguntas que debemos formularnos, una y otra vez, todos que participamos conscientemente en nuestra propia evolución. Son muestras del sentido en que cada uno debe comenzar a examinar todo lo que ocurre dentro de sí y alrededor, en la vida. Cuando aprendamos a plantearlas y a buscar ese tipo de respuestas, descubriremos que emerge un nuevo paradigma o visión del mundo, que lo altera todo por completo.

Mediante esa nueva visión es posible comprender la naturaleza integrada de las relaciones, los hechos y la evolución. Por medio de ella podemos saber que vivimos en un Cosmos, no en un Caos. Podemos comenzar a apreciar el modo en que cada persona, cada vida, constituye una parte significativa de un Orden mayor en el que todos, individualmente y en concierto, desempeñamos una parte vital y magnífica.

LA LUCHA ES LO NATURAL PARA CRECER

Encuestas hechas entre jóvenes de la secundaria con respecto en qué momentos de su vida creían haber cambiado y madurados más, demostraron que daban respuestas reflexivas, y rara vez citaban momentos gratos y fáciles.

Muchos estudiantes hablaban francamente de los períodos difíciles, que les habían enseñados a ser responsables, pacientes y comprensivos, a sentir compasión y agradecer sus ventajas.

Casi todos los hechos a los que atribuían una mayor madurez eran experiencias que sus padres habrían tratado de ahorrarles, si hubiera sido posible. ¿Significa esto que esos padres, con tan buenas intenciones, habrían impedido que sus hijos maduraran? Es posible, al menos por un tiempo. Pero si las cosas eran demasiado fáciles y cómodas, esos jovencitos habrían buscado otro tipo de dificultades contra las cuales luchar. Ponerse a prueba, demostrar el vigor y forzar el propio crecimiento es, para los adolescentes, un proceso de desarrollo tan habitual como aprender a caminare y hablar para los bebés, y tan natural como para el alma diseñar una existencia llena de desafíos.

Ningún bebé aprende a caminar sin caídas, ni a hablar sin algunas dificultades para hacerse entender. Si pudiéramos evitar todos los porrazos que conducen a un niño al dominio final del movimiento, o todos los errores de pronunciación por lo que llega finalmente a manejar el lenguaje, estaríamos inhibiendo el desarrollo de esas habilidades. Los niños pueden aceptar mejor la frustración que les producen sus propios limitaciones que la frustración experimentada cuando no se les permite enfrentar esos límites y superarlos.

Sin embargo, observar los esfuerzos de un bebé resulta soportable y hasta grato porque sabemos que el niño está aprendiendo. En cambio no sabemos nada de eso cuando se trata de la lucha de un adolescente con el sexo, las drogas o la violencia. Tampoco hay un resultado previsible para la mayoría de las batallas que nos impone la vida. Abundan las historias de horror; tememos por nosotros y por nuestros seres amados. Por eso hacemos lo posible por controlar y proteger, por evitar algunas de las experiencias que un alma encarnada puede buscar o crear en forma deliberada.

NUESTRA CONTRIBUCIÓN AL CUERPO DE LA HUMANIDAD

Debemos reconocer la existencia del karma racial, nacional o planetario, aparte de los karmas personal, familiar o grupal, porque cada uno de nosotros, como miembro de esos grupos más amplios, está sujeto a vastas fuerzas impersonales que afectan profundamente su vida individual. No obstante, para comprender los conceptos de karma familiar y grupal debemos aceptar que, además de ser individuos independientes, también estamos unidos con otros, con quienes componemos unidades contribuyentes dentro del gran cuerpo de la humanidad, que es un ser viviente por derecho propio.

El mismo cuerpo físico proporciona una analogía. Sabemos que las diversas células individuales, en combinación con otras similares, forman órganos con tareas propias, pero interdependientes, todas vitales para el desarrollo y mantenimiento general del cuerpo físico. De modo muy parecido los individuos, en combinación con otros genéticamente similares (su familia) y con intereses compartidos (su grupo), componen unidades o círculos con tareas propias, pero interdependientes, todas vitales y necesarias para el desarrollo de la humanidad.

Aquello que logramos como individuo, en bien de la humanidad como un todo, se consigue por lo general, ya mediante la cooperación estrecha y armoniosa con otros de nuestro círculo que comparten nuestro karma familiar o grupal, ya mediante reacciones más o menos violentas contra esas mismas personas. Gran parte de nuestros problemas con el prójimo en una existencia dada surgen porque, ligados como estamos, nos obligamos mutuamente a experimentar dimensiones distintas y hasta opuestas de asuntos relacionados.

Junto con los desafíos situacionales que nos presentamos unos a otros, también hay siempre desafíos espirituales. Muchos pasamos por la experiencia de decidir que seremos muy distintos de un progenitor, en ciertos aspectos, sólo para descubrir que, pese a nuestra decisión, estamos desarrollando esos mismos rasgos y debemos superarlos. Así es como nuestro progenitor nos ha ayudado a despertar a nuestra tarea.

Por cierto, hay padres que nos dan el bienvenido presente del amor, pero de otros nos llegan dones menos gratos: los de odio, debilidad, adicción, pobreza, traición y envilecimiento, que nos proporcionan la oportunidad de redimir nuestros propios defectos de carácter. Para el desarrollo espiritual se necesita de enemigos y aflicciones, como floretes contra los cuales probarnos, a fin de convertirnos en todo aquello que somos capaces de ser.

TAREAS KARMICAS COMPARTIDAS

Por supuesto, mientras luchamos con la abrumadora responsabilidad de cargar con una madre alcohólica, el bochorno social de tener un hermano retardado, las fantasías de venganza hacia un padre violento, la ira indefensa provocado por un jefe sexista o nuestros esfuerzos, cada vez más obsesivos, por controlar los devaneos del cónyuge, olvidamos que estas dificultades son las áreas de aprendizaje que decidimos atender en esta encarnación, los campos de estudio que atrajeron al alma para la nueva estancia en la escuela de la vida.

La hija que encarna con la misión de progresar en la comprensión de la violencia y su dinámica puede necesitar de un padre brutal que le proporcione la experiencia requerida. Tampoco sería esta su misión si no buscara aumentar su propia expresión, experiencia y expansión en el tema de la violencia. En realidad, puede existir entre ella y su padre una antigua deuda kármica que terminará si ella emplea ese maltrato como trampolín, a fin de alcanzar una comprensión más profunda y la curación. Y si llegara a utilizar esa curación para ayudar a otros maltratados como ella, tanto mejor.

¿Comprendemos ahora de qué modo, si ocurriera esto, tanto ella como su padre se habrían convertidos juntos en instrumentos de curación? Las dos contribuciones contrastantes son necesarias para completar la tarea que, en el plano del alma, aceptaron atender juntos.

A veces los individuos comparten una tarea kármica que pueden realizar justamente porque no se llevan de acuerdo. Con frecuencia esta tarea consiste en servir al prójimo, revelar una verdad, fundar una institución o movimiento necesarios o hacer algo que afecta a otras personas, aparte de las que están involucrados en forma más directa. Lo interesante es que, con frecuencia, esas dinámicas de encarnación se pueden discernir o verificar por los horóscopos de las personas participantes, interpretados y comparados por un astrólogo hábil y sensible.

RELACIONES Y DESTINO

A veces, cuando hemos pasado mucho tiempo y esfuerzo buscando respuestas sobre un tema en especial, el Universo proporciona súbitamente una clave importante que ilumina nuestro entendimiento.

Una alegoría críptica, una versión en términos de relaciones es el clásico cuento de John O` Hara: “Cita en Samarra”: Un hombre se entera en el mercado, una mañana, de que la Muerte irá a buscarlo esa misma noche. Desesperado por evitar su destino, el hombre huye aterrorizado y viaja todo el día, hasta bien entrada la noche; cuando considera que ha puesto suficiente distancia entre él y la Muerte, decide detenerse a descansar. Ya entrada la noche, en la lejana Samarra, se encuentra de pronto cara a cara con la Muerte, que lo alaba por haber sabido presentarse a tiempo a la cita, pese a haber fijado un sitio tan lejano de su hogar.

Esta escalofriante leyenda parece estar expresando que sellamos nuestro destino con los mismos esfuerzos que hacemos para evitarlo. En verdad, se diría que, cuando creemos estar escapando no hacemos más que correr a toda prisa para abrazar el fin temido. Sobre todo en las relaciones, parecen existir corrientes ocultas que utilizan nuestros deseos e intenciones conscientes para producir el efecto opuesto. Por cierto, parecería que cualquier relación significativa tiene, en realidad, una vida independiente con un propósito muy oculto a nuestra conciencia.

Nuestras relaciones más significativas existen por un motivo muy diferente del que creemos, ya personalmente como individuos o colectivamente como sociedad. Su verdadera finalidad no es hacernos felices, satisfacer nuestras necesidades ni definir nuestro sitio en la sociedad, ni tampoco mantenernos fuera de peligro... SINO HACERNOS CRECER HACIA LA LUZ.

El hecho simple es que, junto con esas personas a las que estamos vinculados por parentesco, casamiento o amistad profunda, nos hemos fijado un rumbo con riesgos y obstáculos ideados para llevarnos de un punto de la evolución a otro. De hecho, cuando tratamos de entenderla naturaleza de nuestras relaciones humanas, muchas veces difíciles, haríamos bien en recordar que existe una eficiencia impecable e implacable en el Universo, cuya meta es la evolución de la conciencia. Y siempre, siempre, el combustible de esa evolución es el deseo.

En la raíz misma de la Creación está el deseo de la Vida de manifestarse en la forma. Esto es la voluntad-de-ser. E implícita en todas las formas, desde la más baja a la más evolucionada, está el deseo o la voluntad-de –devenir. ¿Devenir qué? En expresión, en materia física de la Fuerza tras la Creación, una expresión más grande y plena, más completa, pura y perfecta. Esta voluntad-de-devenir existe en todos los sectores, desde el átomo más diminuto hasta la suma del Universo físico; desde las regiones más exaltadas de la existencia hasta este plano físico en el que moramos nosotros, la humanidad. Aunque nuestra perspectiva, necesariamente limitada, parecería a veces negar este hecho, los humanos nos vemos impulsados hacia ese Devenir con todo el resto de la Creación.

El alma, que nos envía por el Camino, es obligada por el deseo a acercarse más a Dios. Nosotros, como personalidades, facilitamos esta meta por nuestro propio deseo natural de buscar el placer y evitar el dolor. Para aquellos de nosotros que satisfacemos con relativa facilidad las necesidades fundamentales de comida, techo y seguridad, son las relaciones humanas las que nos proporcionan tanto la zanahoria como la vara que nos mantiene en movimiento.

De allí el niño difícil; el adolescente rebelde; el padre que defrauda, el que rechaza o el desvalido que nos ahoga, el amigo que nos traiciona; el empleador que nos explota; el ser amado que no nos corresponde; el cónyuge que nos desilusiona o nos critica, que nos abandona o muere; las personas que ocupan nuestros pensamientos y juegan con nuestras emociones, aquellos con quienes vivimos, los que provocan nuestras ansias o nuestra preocupación, competencia o rebeldía; aquellos por quienes nos sacrificamos y sufrimos. Todos ellos nos empujan, arrastran y acicatean a lo largo del Camino, que compartimos con ellos, el Camino hacia el Despertar.

¿Despertar de qué?, de las ilusiones que aún albergamos con respecto a nosotros, el mundo y nuestro sitio en ese mundo; de los defectos de carácter que aún debemos admitir y superar y, en tanto avanzamos a una espiral más alta del Camino, despertar gradualmente de todos nuestros deseos egoístas.

CREAR Y ELIMINAR ENGAÑOS

Ese tipo de mitos, que tiene el poder de afectar profundamente la vida y el juicio de una persona, se conoce en esoterismo como GLAMOUR. Nosotros mismos creamos estos glamoures, estas ilusiones bajo las cuales trabajamos hasta que se rompe el hechizo. Tarde o temprano, todo glamour que nos hechiza produce exactamente las pruebas que hacen falta para quebrar la ilusión y disipar el engaño.

Como los glamoures se basan siempre en los deseos egoístas de la personalidad, siempre son enfermizos. Existen en el plano astral, donde tienen sustancia propia, una forma, sonido y hasta olor característicos. Psíquicamente se los puede ver como una especie de miasma centelleante, una niebla densa y brillante, llena de imágenes, escenas, hechos y con frecuencia figuras de otras personas. Su olor es repelente, aunque dulzón: algo sofocante y un poco pútrido. Su sonido, un zumbido desagradable, estruendo o rugido. Los glamoures tienen una vida propia que se resiste a la destrucción y se oponen siempre a nuestra iluminación.

Para destetarnos de estas fantasías atesoradas, con las que nos identificamos tan plenamente, se requiere una objetividad de la que no somos capaces mientras estamos bajo su hechizo. Suele hacer falta una crisis para que podamos desprendernos de esas creaciones propias que nos mantienen cautivos.

EL PROCESO DE DESPERTAR

En el sofisticado clima psicológico actual, muchos nos esforzamos a conciencia por alcanzar una mayor conciencia interior. Puede tratarse de un sincero deseo de desarrollo espiritual o estar impulsado por el dolor emocional. Con frecuencia es una combinación de ambos factores la que nos impele a leer libros, asistir a conferencias, comprar grabaciones de autoayuda, incorporarnos a grupos de apoyo, buscar una religión en la que podamos creer, un maestro al que seguir, un terapeuta digno de confianza. Pero por mucho que nos dediquemos a nuestro despertar, inconscientemente tenemos mucho miedo al proceso mismo que estamos cortejando y, por lo tanto, nos resistimos a él. Esta ambivalencia fundamental surge porque la intuición nos señala que para despertar en cualquier grado debemos renunciar a las fantasías con las que nos identificamos tan profundamente.

Una metáfora apta para describir el proceso del despertar en cualquiera de nosotros es la historia de Saúl, quien perseguía obsesivamente a los primeros cristianos. En el camino a Damasco, al quedar ciego e indefenso, debió enfrentarse a su ceguera espiritual, más profunda, y despertar de su fanatismo justiciero. Por medio de este despertar se convirtió al mismo credo al que se había opuesto con tanta violencia. Tal como ocurrió con Saúl, nuestro mismo despertar exige que reconozcamos y nos rindamos justamente a eso que hemos rechazado y negado con fuerza durante toda nuestra vida.

Se explica que tengamos miedo, y se explica algo tan inevitable y compulsivo como las relaciones humanas que deban, en frecuencia, obligarnos a seguir jugando, como podamos, con esos peligrosos fuegos del Despertar.

EL DESEO AL SERVICIO DE LA EVOLUCIÓN

Recuerda que el deseo es la clave de toda evolución en la Creación entera. Dentro del reino humano, son nuestros propios deseos personales los que tienen el poder de seducirnos, al inducirnos que nos involucremos con otras personas de un modo más profundo (y a veces más desesperado). Queremos dar cierta imagen, queremos amor y o aprobación, admiración, respeto, comodidades, sexo, bienes materiales, seguridad, compañía, encumbramiento social, poder, ayuda de alguna especie, alivio o protección. En el grado en que nos seduzca el deseo, a su debido tiempo podemos vernos inducidos a una mayor conciencia.

La fórmula de tales despertares, alimentados por el deseo, bien podría escribirse como sigue: Seducción (por el deseo) = Inducción (a la toma de conciencia).

La palabra “seducción” conjura, para casi todos nosotros, la imagen de alguien con un atractivo tan irresistible que cedemos a él, pese a lo que nos diga el buen juicio. Lo cierto es que no se nos puede seducir como no sea mediante nuestros propios deseos. Las personas dotadas de mayor capacidad para facilitar nuestro desarrollo son los que generan en nosotros los sentimientos más potentes y hacia las cuales nos sentimos atraídos de manera inexorable. Aunque consideramos la seducción primordialmente como un hecho sexual, en realidad nos vemos siempre seducidos por nuestros propios glamoures, puesto que reflejan nuestros defectos de carácter.

Por ejemplo, suele ocurrir que escojamos a alguien por ciertas cualidades que nosotros mismos no estamos dispuestos a desarrollar o expresar. Declaramos admirar estas cualidades o habilidades en esa otra persona, pero nos sentimos traicionados cuando nos vemos obligados a desarrollar esas mismas cualidades.

EL KARMA EQUILIBRA

El concepto del karma fue ampliamente introducido en el pensamiento occidental con el surgimiento del interés por las religiones orientales que se produce en la década de 1960. La palabra sugiere el funcionamiento de un destino para equilibrar la balanza por actos pasados, incluidos los de otras vidas. Podemos referirnos al concepto del karma cuando nos enfrentamos a un hecho por lo demás inexplicable, para dar a entender que, si se supiera todo, se está cumpliendo una justicia sutil. Con frecuencia se destaca el aspecto temible y retributivo del karma; en realidad, es la única definición que muchos conocen. Sin embargo, no es esa la esencia. El karma no es un principio punitivo ni vengativo, sino equilibrante.

Al pasar por el necesario asunto de la encarnación, que consiste en expandirnos a través de diversas dimensiones de experiencia, creamos todo tipo de efectos, reacciones y repercusiones. La Ley del Karma asegura el equilibrio a lo largo de toda esta actividad y expansión. Por lo tanto, en su sentido más amplio es una ley para curar los extremos y restaurar el equilibrio. Pero desde nuestra perspectiva, necesariamente limitada, su implacable trabajo puede parecernos muy duro. Y si no hubiera una clave por la cual se pudiera revertir el infinito proceso por el que se genera más y más karma, nuestra situación no será de evolución, sino de involución. Llegaríamos a empantanarnos tanto en las reacciones en cadena que no habría esperanza de alivio. Por suerte, la clave existe. Es el perdón.

EL PERDÓN CURA

Perdonar de verdad requiere comprender de verdad. Debemos ser capaces de mirar con claridad toda la escena, no retroceder ante ninguna parte, no negar nada, aceptarlo todo. En cierto sentido, esto significa que debemos convertirnos en expertos con respecto a lo que es preciso perdonar, para ver todos los aspectos, no sólo el propio.

Mediante el perdón somos perdonados. Esa frase del Padrenuestro que dice:”...perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, adquiere un nuevo significado si uno amplía su perspectiva para incluir las muchas dimensiones de sí mismo, expresadas a lo largo de muchas vidas. Uno mismo en una parte de su vida, por ejemplo en la infancia, puede ser víctima, y ya hombre, estar a punto de convertirse en perpetrador. Sin duda ambos papeles, el de víctima y perpetrador, existen también dentro de nosotros, cuando analizamos nuestra evolución a lo largo de muchísimas vidas. A fin de curar por completo debemos reconocer, por fin, que no somos tan diferentes de nuestro enemigo, después de todo. Y entonces, como nuestro enemigo representa esa parte hasta allí inadmisible de nosotros mismos, la parte que hemos venido a curar, debemos aceptar o amar a ese enemigo, que nos ha ayudado a reconciliarnos con nuestro ser o alma.

Nuestro propio resentimiento, la amargura, el odio que sentimos hacia el que percibimos como enemigo y los males que deseamos a esa persona, todo eso constituye configuraciones del mal más potentes que cuanto ocurre en el plano físico. Para que se nos perdone el daño que hemos causado debemos perdonar todo el daño que nos han hecho. Es decir: debemos devolver bien por mal. En el acto mismo de perdonar se purifica nuestra aura y se eleva nuestra vibración.

En el Nuevo Testamento se nos dice que debemos perdonar, no una ni varias veces, sino “setentas veces siete”. En otras palabras, debemos perdonar interminablemente y sin reservas. Tal vez aún no comprendamos conscientemente en qué deuda hemos incurrido que haga necesario nuestro perdón, pero la resonancia morfogenética (el karma en acción) garantiza que atraeremos, no sólo nuestras lecciones, sino nuestras deudas y la oportunidad de pagarlas. Y cuando aparezca, el que podamos saldarlas de modo rápido e indoloro depende mucho de nuestra actitud.

El único “atajo” que he descubierto a través del karma es el perdón. Mediante el sencillo deseo de perdonar, toda nuestra situación se eleva a un plano superior que ese en el que opera la Ley del Karma. Ingresamos a un nivel donde ya no atraemos más dificultades y traumas similares mediante la resonancia. Entramos en el reino de la Gracia.

Y así, según realizamos las tareas grandes y pequeñas de cada encarnación, llenando meticulosamente cada espacio en el vasto mapa de nuestro viaje evolutivo, es el amor y el perdón los que, en definitiva, impregnan nuestra tela, cada vez más colorida, de una luz blanca y pura.

Karma – remedio

En el Camino de Retorno, nuestra primera tarea es remediar el karma que se haya generado en el largo proceso de profundización de nuestra conciencia. En el nivel más elevado del remedio no nos oponemos a nada: sólo ayudamos.

Con frecuencia hay evidencias físicas de los traumas sufridos en vidas pasadas, bajo la forma de cicatrices, marcas de nacimiento, deformidades o debilidades. También suele ocurrir que las vidas subsiguientes revelen el proceso incremental de la evolución de conciencia. Imaginemos, por ejemplo, que alguien haya estado relacionado con los caballos en muchas existencias, incluida alguna vida en que perdió a un ser amado en un accidente provocado por el capricho de un animal. El dolor de esa pérdida hizo que la ira y la angustia quedaron congeladas en ella. Entonces siguió una existencia como adiestrador de caballos, que se vengaba por medio de sus métodos brutales, ideados para eliminar cualquier capricho semejante, con lo que se obtenían caballos tan cansados por el castigo que eran sólo autómatas quebrados.

El cruel adiestrador, al morir, sufrió un despertar causado por una herida, que era consecuencia directa de su inhumanidad. Este despertar a la angustia que había infligido fue resultado de su propia experiencia personal del sufrimiento físico, combinado con la evolución de su conciencia.

Despertares tales pueden producirse mientras el ser está aún en el cuerpo físico o durante el “repaso postmortem”. Recordemos que durante el repaso postmortem, se ven los sucesos y experiencias de la encarnación recién completada con una claridad, objetividad y coherencia que no son posibles mientras estamos en el cuerpo físico, bajo la influencia de la personalidad. Este repaso provoca siempre una expansión de la conciencia. Traer esa expansión a la conciencia personal durante la encarnación física es la tarea corriente del alma, que debe operar dentro las limitaciones de tiempo, espacio y materia física.

Por mucho que deploremos la crueldad y nos resistimos al sufrimiento, es importante recordar que todas esas experiencias son necesarias, pues mientras estamos en el plano terrestre aprendemos y cobramos conciencia por medio del contraste, de la dualidad y de la experiencia de estados opuestos del ser. En general sólo tenemos conciencia de nuestra salud, por ejemplo, si recientemente hemos experimentado una enfermedad. Creemos que la abundancia no es debida, a menos que hayamos conocido primero privaciones. Y la conducta cruel puede no parecerlo tanto mientras no se la compara con expresiones de bondad y compasión. Hasta que nuestra conciencia evoluciona reaccionamos a nuestro propio sufrimiento con un deseo de venganza o retribución. Pero cuando desarrollamos la capacidad de sentir el sufrimiento ajeno, además del propio, despierta en nosotros, como en el adiestrador de caballos, una dedicación inversa a aliviar ese sufrimiento en vez de infligirlo.

Cuando esa persona fue un adiestrador brutal, estaba bajo el gobierno de sus emociones, sobre todo el deseo de venganza. Esto indica que aún se está en el Camino hacia fuera. Cuando se está curando el viejo karma generado durante esa vida previa, sirviendo a los animales y enseñando a quienes los cuidan sus suaves métodos de entrenamiento. Quizás hayan pasado muchas encarnaciones entre esa antigua vida de crueldad y la actual; en ella se va evolucionando, y actualmente con el abnegado servicio indica que es una persona en el Camino de Retorno.

En el Camino de Retorno, esta persona, a fin de que se produzca el remedio debe existir tanta compasión por esos seres humanos que, por temor o ignorancia, llegan a la crueldad inadvertida o deliberada como por los animales sujetos a esa crueldad. De otro modo, al juzgar las creencias y actos ajenos, se generaría más karma.

Esta persona ejemplifica una actitud de aceptación y amor, sirve magníficamente a los humanos como a los animales, y no culpa ni a unos ni a otros por los problemas que se producen entre ellos. Ha evolucionado hasta lo que, en mitología, se domina “el sanador herido”, el que comprende realmente por medio de la experiencia personal y que puede curar desde este sitio de comprensión.

El arquetipo del sanador herido está representado en muchas de esas personas que dedican la vida a un servicio compasivo. La familiaridad con las condiciones de aquellos a quienes ayudan puede haberse desarrollado mediante experiencias previas en esta vida o, estar ocultas en otras existencias. Cualquiera sea la fuente, la profundidad de su empatía y su respeto los diferencian y los tornan infinitamente más efectivos que quienes sólo muestran simpatía y buenas intenciones. La herida ha sido transformada en un don de entendimiento y curación, don que recibieron primero ellos mismos mediante el sufrimiento, y pudieron luego compartir con los demás.

Mi propia curación Y LA DE OTROS

Casi todos reaccionamos y opinamos según lo que ocurre en un momento dado de la historia en desarrollo. Un hecho aislado ¿es una bendición o una desgracia? Dejamos que lo decidan nuestras emociones. Pero si pudiéramos, de algún modo, librarnos mágicamente de las emociones (sobre todo del miedo, cuando nos acosa la adversidad) no la llamaríamos adversidad, sino “cambio”, porque eso es lo que todo acontecimiento o situación imprevista exige de nosotros: que cambiemos hasta cierto punto.

Los dos conceptos, adversidad y cambio, están tan inextricablemente ligados que tendemos a medir la gravedad de una dificultad por el grado de cambio que exige. Nos definimos según las situaciones y circunstancias que experimentamos a diario y nos resistimos a toda alteración, por el miedo muy básico a perder nuestra identidad. ¿Quién seremos si ya no podemos hacer lo que estamos habituados a hacer de la manera acostumbrados? ¿Podremos arreglarnos, enfrentar el desafío? Sabemos por instinto que el exceso de cambio y de tensión, por sobre nuestra capacidad de adaptación, debilita nuestra salud, tanto física como mental. Nos desvitaliza.

Sin embargo, el cambio es necesario para la vida, en verdad, es la esencia misma de la vitalidad. Cuando está bloqueado, se produce una disminución en el flujo de energía vital, que provoca la torpeza del estancamiento o la rigidez petrificada de la cristalización. La adversidad, que nos obliga a cambiar, nos incita, nos arranca de los hábitos viejos, nos estira y exige que despertemos y desarrollemos las partes no utilizados. Nos revitaliza.

Por lo tanto ¿qué es? ¿Revitalizante o desvitalizante? ¿Da energías o debilita? El cambio puede ser cualquiera de las dos cosas. Y puede ser ambas cosas a la vez.

Por ejemplo, cualquier emergencia pide y hasta exige de nosotros las cualidades y habilidades humanas más elevadas y heroicas. Requiere que emerja lo mejor. Frente a un gran peligro se deja caer la eterna fachada, se abandona la cautela y, de inmediato, emergen desconocidos habilidades para el liderazgo y la acción decisiva, en un heroico momento de integración, honestidad y verdad.

Los grandes acontecimientos que provocan cambios en la vida rara vez duran un momento, pero, aunque sean breves cataclismáticos, sus efectos se prolongan durante semanas, meses, años, décadas.

LA NATURALEZA DE LA CURACIÓN

La verdadera curación ocurre en planos mucho más sutiles que el físico e involucra configuraciones energéticas que han persistido a lo largo de muchas vidas. Liberar el cuerpo emocional de las distorsiones y los engaños que hay en él ejerce un efecto sumamente beneficioso en el funcionamiento físico, pero la curación más profunda posible es la del cuerpo mental.

Todo lo que somos durante una encarnación emana de los planos mentales, pues en verdad “así como el hombre piensa, así es él”. Según avanzamos en el Camino hacia Afuera, desde la inocencia a la madurez, nuestros traumas nos llevan a desarrollar creencias definidas sobre uno mismo y la naturaleza de la vida. Cuando empezamos a recorrer el Camino de Retorno, la vida se encamina hacia el desprendimiento de esas distorsiones.

SUGERENCIAS PARA CURARSE A SI MISMO

Siempre nos debatimos contra la adversidad. Necesitamos la ayuda de algunas sugerencias que nos recuerden cómo colaborar en el proceso de transformación. A continuación una lista de tales sugerencias:

- Busca siempre el lado positivo de toda adversidad

- No te permites la autocompasión

- Nunca culpes a otro de tus problemas

- Cultiva una actitud agradecida

- No evalúes tu situación ni las ajenas

- Evita el sentimentalismo

- Reconoce que una enfermedad no es castigo

- Busca oportunidades para servir

- Aprende a considerar la muerte como una curación.

Ahora veremos algunas de estas sugerencias:

BUSCA SIEMPRE EL LADO POSITIVO DE TODA ADVERSIDAD

Todo problema es una tarea encomendada por tu alma. Por lo tanto, debes reconocer que hay un propósito en tu problema, tu herida, tu dolencia, tu incapacidad, tu enfermedad terminal; trata de alinearte con esa adversidad, es decir: busca lo que trata de enseñarte. Recuerda que, desde la perspectiva del alma, un cambio de conciencia tiene mucho más valor que una cura.

NO TE PERMITAS LA AUTOCOMPASIÓN

Puedes pensar que un poco de autocompasión es natural y permisible, con tanto como estás sufriendo. Sin embargo, es una indulgencia odiosa que se vuelve habitual con facilidad. Una vez que se instala, el hábito de la autocompasión actúa sobre nuestra conciencia como una droga a la que somos adictos, proporcionando una seductora excusa para permitirnos más y permitirnos la autocompasión es, como consumir habitualmente drogas, una barrera muy efectiva contra el desarrollo espiritual.

NUNCA CULPES A OTROS DE TUS PROBLEMAS

Culpar a otros es, como la autocompasión, una práctica permisiva que nos impide hacernos responsables de nuestra propia vida. Ninguna parte de la ley espiritual establece que otra persona tenga la culpa de nuestros problemas, ni en esta vida ni en las anteriores. Si recordamos que todas nuestras dificultades, aun aquellas vinculadas con el prójimo, cumplen en nuestra evolución una finalidad importante, reconoceremos en nuestros enemigos a los agentes de nuestra iluminación. No obstante, esto no significa que debamos disfrutar de todos nuestros tratos con estos agentes del karma.

Un sabio refrán antiguo aconseja:”Cuando te enfrentes a in enemigo, alábalo, bendícelo, déjalo ir”. Bendecir a nuestros enemigos, desearles todo el bien que desearíamos para nosotros mismos, es un modo excelente de alcanzar la propia liberación.

La verdad superior oculta tras nuestras dificultades con otros es que, en realidad, estamos aquí para ayudarnos mutuamente a avanzar por el Camino. Sin negar que los problemas existen, podemos atemperar mucho las dificultades interpersonales enviando bendiciones.

CULTIVA UNA ACTITUD AGRADECIDA

A veces, cuando las cosas están muy mal, una revisión de nuestras bendiciones puede servir de excelente antídoto contra la depresión insidiosa y la autocompasión. Cuanto más nos concentramos en nuestras bendiciones, más liviana se nos hace la carta. Y si también podemos apreciar los progresos que ya hemos hecho (las lecciones aprendidas y la comprensión que hemos logrado al enfrentar los desafíos previos) esto nos ayuda a tener fe en que nuestras dificultades actuales también rendirán su fruto, a su debido tiempo.

Esta “actitud agradecida” no es, simplemente, un intento de restar importancia o negar una adversidad muy real, más bien, es una disciplina espiritual que consiste en apartar el foco de la conciencia de los aspectos negativos de nuestra situación y elevarlo hacia los positivos. Al apartar los pensamientos de lo negativo, con suave firmeza, lo positivo se convierte en una parte mayor de la realidad experimentada.

NO EVALÚES TU SITUACIÓN NI LAS AJENAS

Es virtualmente imposible, durante una encarnación, evaluar en que parte del Camino estás; tampoco suele ser posible, antes de completar la misión kármica, identificar siquiera qué se ha estado aprendiendo. Aunque es importante buscar la comprensión abriéndose a ella, una actitud crítica con respecto al propio avance es a un tiempo inadecuada y perjudicial. Confía en que, cualesquiera sean las condiciones exteriores de tu vida, estás avanzando.

Evita las comparaciones con otros. Cuando evaluamos nuestra situación frente a la del otro, estamos siempre comparando lo incomparable, pues no nos es posible ver con claridad todo el cuadro propio, mucho menos el ajeno.

Respeta los temas que conciernen a tu familia y a tu grupo, así como la parte que cada uno de vosotros desempeña, sin olvidar que en este plano se necesita del contraste para aprender. A veces ese contraste se produce por medio del conflicto y, por lo tanto, alguien debe proporcionarlo.

EVITA EL SENTIMENTALISMO

Según evolucionamos espiritualmente, aprendemos a disciplinar nuestras emociones, cultivar el desapego y ampliar nuestra perspectiva más allá de lo que es obvio, inmediato y personal. El sentimentalismo es una emotividad no esclarecida; dificulta este tipo de evolución y nos atrapa en las relaciones estereotipadas de nuestra cultura ante diversos acontecimientos.

RECONOCE QUE LA ENFERMEDAD NO ES CASTIGO

La enfermedad no es prueba de que tengamos defectos; tampoco indica que no estamos pensando de manera suficientemente positiva, aunque a veces los problemas físicos indican que una zona emocional de la vida requiere nuestra atención, no siempre es así, en absoluto. A veces padecemos físicamente porque, de alguna manera misteriosa, estamos cumpliendo con el karma.

Algunas enfermedades son, simplemente, resultado de estar en manifestación física. Literalmente, estamos hechos de material reciclado, y en el plano terrestre hay mucha energía contaminada.

El Tibetano, que dictó los múltiples volúmenes escritos por Alice Bailey, afirma que la finalidad de todo sufrimiento es limpiarnos y purificarnos. Por lo tanto, cualquiera sea la causa primordial de nuestra dolencia (problemas personales a los que no prestamos atención, deudas kármicas a pagar o contaminaciones planetarias que llevamos en nuestro vehículo físico), en cierta forma nos elevamos al soportar cualquier enfermedad que padezcamos.

BUSCA OPORTUNIDADES DE SERVIR

No todos podemos servir al prójimo con asesoramiento, terapia, asistencia social, etc.; tampoco debemos hacerlo. Hay muchas otras maneras de servir. Una de ellas es, simplemente, continuar con las actividades que realizamos normalmente, pero llevarlos a cabo con una conciencia más altamente desarrollada. El mundo necesita mucho de gente esclarecida en todas las esferas de la vida.

No hay nada más efectivo para causar un mayor bien en el mundo que el pensamiento puro, no contaminado por el deseo. Al dedicarte a alcanzar el contacto consciente con tu Poder Superior, te conviertes en un canal para esas energías superiores que elevan, inspiran y nos guían a todos.

APRENDE A CONSIDERAR LA MUERTE COMO CURACIÓN

La muerte es el punto en el que se cosecha todo lo que se ha ganado en determinada vida. Aun la muerte prematura, súbita o brutal, puede ser considerada como una curación, en cuanto el ser encarnado se ve libre de algo que, en el mejor de los casos, es una tarea difícil: vivir en el plano terrestre. Esotéricamente se considera que el suicidio y el asesinato son erróneos porque interrumpen de manera prematura el episodio kármico en desarrollo de un individuo, y no porque extingan una vida. La vida nunca se extingue ni se pierde en lo que llamamos muerte.

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Recopilación de diversos autores.

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