En los albores de la humanidad el hombre intentaba entender y estructurar lo que el Cosmos, a través de la naturaleza, le decía. Después surgía la necesidad de comunicárselo a los demás de manera que fuera entendido, y así aparecían las religiones, adaptadas a la zona geográfica y a la idiosincrasia de cada pueblo.
Con el paso del tiempo, mientras las religiones se desvirtuaban, algunos hombres mantenían viva la llama original y periódicamente intervenían para dar giros positivos a esa desviación. Así se formaba la orden hermética, que surgía para preservar el saber alcanzado por el hombre de la persecución del poder establecido, a quien no le interesaba que los conocimientos se divulgaran libremente.
En su origen las órdenes o escuelas estaban formadas por un reducido número de personas, unidas por un objetivo común. Se protegía, apoyaban y ayudaban unos a otros en lo material, mientras trataban de difundir las enseñanzas. Tomaban parte activa de la realidad social de la época que les tocaba vivir y defendían cualquier movimiento a favor de los derechos y libertades del hombre.
A lo largo de la historia, muchos de estos hombres y mujeres vivieron intensamente comprometidos con las circunstancias de su entorno. Trabajaban unidos formando pequeños grupos que actuaban, muchas veces, en la sombra, perseguidos por las instituciones que ostentaban el poder.
Poco a poco se fue conformando la dicotomía entre religión y orden hermética. Mientras la primera convivía y pactaba con el poder económico y político, la segunda permanecía oculta para salvaguardar la pureza del mensaje origina que un día esparcieran los diferentes maestros como Krishna, Buda, Jesús… durante su vida en la tierra. Estos enviados intentaban reconducir y aclarar las diferentes filosofías y creencias, daban pautas de comportamiento sencillas y claras, que eran recogidas por las religiones y al poco tiempo volvían a diluirse entre complicadas liturgias y ritos, desvirtuándose hasta hacerse irreconocibles.
La enseñanza se diseminaba por toda la Tierra, unos la convertían en religiones y otros en órdenes herméticas, y mientras unas daban más importancia a lo exotérico o externo, las otras se la daban a lo esotérico o interno.
Aparentemente con la caída del Imperio Romano, la información, que hasta entonces había sido abierta, se hizo cerrada y restringida a unos pocos, pues Roma, al perder su hegemonía por la invasión de los bárbaros, dio preponderancia a la religión controlada por sus dirigentes. Las escuelas, entones, guardaron como oro en paño las directrices par que el hombre, un día, pudiera asentarse en bases más elevadas que el plano físico para entender lo que le rodeaba.
Y así, a lo largo de los siglos permanecieron las religiones y las escuelas hasta nuestros días, conviviendo unas en la superficie y otras ocultas a la sociedad.
En los últimos años han aparecido (no sólo en España, sino en todo el mundo) sectas, asociaciones, comunidades, etc., que partiendo de las religiones han creado su particular filosofía intentando reciclar la información y adaptarla a las necesidades del hombre de hoy.
LA RELIGIOSIDAD
"Las religiones sólo tienen razón de existir, mientras el ser humano siga pensando que la divinidad es algo ajeno a él miso."
Nos costó años aceptar que el aprendizaje fundamental no era el de tener conocimiento de todo, sino el de ser cada vez más conciente de uno mismo y, como consecuencia, más feliz. El secreto de la vida está en resolver satisfactoriamente lo cotidiano, aceptando lo que nos rodea e intentando estar cada vez más unidos a los demás.
Hicimos revisión de nuestros conceptos religiosos, nuestra carga educacional, las palabras y su verdadero contenido, los ritos y su significado, el sentido y valor de las cosas que hacíamos, el porqué, y el para qué.
Llegamos a acuerdos: desmitificamos las palabras y nos apoyamos en los conceptos. Descubrimos que ese impulso por unificar criterios que nos guiaba no era otra cosa que una manifestación más de nuestra propia religiosidad.
Entendimos que a Dios no hay que buscarlo fuera, sino dentro de nuestros corazones. Sólo volviendo la mirada hacia nosotros mismos podremos empezar a encontrar soluciones a tantos interrogantes, pues es dentro de cada uno donde se conecta con la energía o esencia que nos hace ser lo que somos.
El deseo de evolucionar, la voluntad de continuar y la confianza de conseguirlo, son los pilares en los que hay que apoyarse para construir ese sentimiento religioso que cada uno lleva dentro.
Algunas conclusiones son:
Existe una energía creadora a la que podemos llamar Dios, Todo, Profundo, Cosmos… de la que formamos parte, de la que somos su creación manifestada.
Todo ser humano tiene dentro de sí la necesidad de unirse a la Fuete o Dios de la que surgió. El no identificar esto, nos sumerge en la nostalgia de haber formado parte del Todo y ahora estar separados, produciéndonos soledad y tristeza.
El fin de la evolución es la unidad, el convertirse en UNO, significa integración, integrar e integrase. La energía de la evolución tiende a unir, es decir, a volver al origen.
Lo que une produce armonía, progreso y felicidad porque sintoniza con la ley natural de "volver a". Todo lo que tiende a separar produce desarmonía, estancamiento e infelicidad.
La individualidad, que nos permite ser lo que somos, se suele convertir con frecuencia en una prisión que nos separa, es decir, nos aleja de la Fuente.
Aunque aparentemente separados, el Todo está en nuestro interior y es ahí donde deberíamos buscarle, en lo más profundo de nosotros y en los que nos rodean.
La unión es amor y el amor es la manifestación del espíritu. El amor aparece cuando sintonizamos con Dios, con nuestra esencia, y lo que provoca es una necesidad imperiosa de unión.
El trabajo de nuestro momento evolutivo consistirá en manifestar esa esencia a través de las corazas o egos con los que nos hemos envuelto, encarnación tras encarnación.
Si nuestra esencia es amor, tendríamos que aprender a sintonizar con ella, dejando atrás las imágenes que creemos que forman nuestra personalidad, que no son otra cosa que los ropajes que nos separan. Cuando aprendamos a vivir sin ellos, entenderemos el sentido de nuestra existencia y estaremos capacitados para crear sociedades armónicas.
Y ¿con qué contamos para llegar a esa esencia?
Pues con algo muy sencillo, con una voz interior que nos contesta si le preguntamos, se llama voz de la conciencia. Es un dispositivo que nos permite escuchar a nuestro ser interior. Es un mecanismo que, si somos sinceros, nos muestra el camino correcto sin matices y sin controversias.
Si profundizáramos en nosotros mismos, intentando descifrar la sabiduría que encierra nuestro subconsciente, nos sería fácil resolver la mayor parte de los misterios con los que nos enfrentamos cotidianamente. El conocimiento de uno mismo es la llave que nos abre el recinto donde se encuentra la esencia, donde se encuentra Dios.
La observación de la Naturaleza, como depositaria de un mensaje claro y sencillo, es otro camino para encontrar esa esencia.
Pero no sólo en nosotros mismos o en la naturaleza podemos descubrir la esencia de la vida. Hay otro sendero, tal vez el más importante: los demás.
El conocimiento de uno mismo, la observación de la naturaleza y la relación con los demás. Tres caminos, tres claves en las que en un principio se fundamentaron las principales religiones y que con el correr de los tiempos se han olvidado. El reto de este final de Era consiste en ahondar cada vez más en estas tres propuestas, para así, desde nosotros mismos, empezar a encontrar respuestas que nos produzcan la transformación interior que provocará el empezar a vibrar con energía más cercana a la próxima generación.
Además de esto, nuestros maestros nos han enseñado que hay que ser feliz, hemos nacido para ser felices.
La mayoría de las religiones han enseñado que a Dios se llega por el dolor, que la culpa es un sentimiento que purifica, que la rigidez en unas creencias o normas específicas son las cauces para una verdadera salvación, cuando esto no es más que la forma que han tenido unos cuantos de ejercer su poder y dominio sobre los más cómodos, los que antes de pensar y ejercer el uso de su libre albedrío, han optado por la sumisión y el miedo.
El ser humano tiene la posibilidad de ser feliz. Uno puede hacer su futuro blanco o negro, sólo depende de su decisión en cada momento del presente. Para ello, tenéis que aprender a sacar lo positivo de todo cuanto os rodea, fundamentalmente de vosotros mismos y potenciarlo.
En los próximos años el concepto de religión sufrirá una profunda transformación. Las religiones vigentes se extinguirán, aplastadas por su propio peso, dejando paso a una nueva concepción natural y sencilla de lo que es Dios.
Con el tiempo ciencia y religión se unirán para así dar respuesta científica y espiritual a cada inquietud que surja de vuestras mentes.
Cuando llegamos a acuerdos e identificamos nuestra propia religiosidad, nos sentimos preparados y limpios de prejuicios para hacer un análisis de las grandes religiones que estaban vigentes en nuestros días y que marcaban la pauta en la evolución de los hombres de nuestro planeta.
Tuvimos que remontarnos a los comienzos de la evolución del ser humano de la Tierra, cuando era inconsciente de sí mismo y las leyes naturales regían su vida. Todavía no contaba con libertad e independencia, pues su existencia estaba dirigida por seres de dimensiones superiores a la humana. En un momento determinado, el hombre se desconecta y adquiere la conciencia y con ella el libre albedrío. Es en ese momento, cuando cae en la Trampa de la Individualidad.
El hombre pasó a sentirse parte de un Todo mucho más grande, donde estaba integrado con los demás elementos, vivos e inertes, visibles e invisibles, formando un conjunto armónico, complementario y compacto, a verse a sí mismo como un ser autónomo, libre, con poder de discernimiento y capacidad de elección. Empieza a olvidarse de su cercano pasado y comienza su andadura consciente.
No obstante, el hombre sigue sintiendo dentro de sí, aunque de forma vaga, la sensación de venir de algo o de alguien y es entonces cuando empieza a buscar su origen, pero no lo busca en su interior, profundizando dentro de sí, sino fuera, en las cosas que le rodean.
Así, empieza a temer todo aquello que no comprende o cuyo origen desconoce, como los fenómenos atmosféricos, los cambios de la naturaleza, los animales… todo aquello en lo que ve fuerzas que él no domina y es ese temor el que le lleva a darles un carácter divino. Le sobrecogen las manifestaciones de una naturaleza que no comprende porque desconoce sus leyes. Está a merced de los fenómenos naturales, a los que retribuye personalidad e intencionalidad. Tras el rayo y el trueno, la lluvia o la sequía, la enfermedad o la salud, el animal que le mata o el que mata para comer, el hombre ve toda una cohorte de espíritus cuyos propósitos definidos afectan el desarrollo de su vida. Está impresionado profundamente por los acontecimientos que se le escapan de las manos, siente miedo ante lo que no domina….
Su religiosidad está mediatizada por el miedo y la supervivencia. Sus ritos religiosos se basan en la adoración de los elementos y fenómenos de la naturaleza, con la finalidad de aplacar a los espíritus, pactar y congraciarse con ellos cuando le son hostiles o continuar teniéndoles contentos cuando le son favorables.
Al constituirse las familias y las tribus, lo que en principio fuera comportamiento individual se convertiría en algo colectivo. La religiosidad personal se transforma entonces en religión colectiva.
Pronto empiezan a surgir individuos, hechiceros, sacerdotes, magos, gurús, etc., que pretendes estar más preparados para mediar entre Dios y los hombres y es así como las religiones se van conformando con un grado cada vez mayor de institucionalización, de ritos inexplicables, de complicadas liturgias. Se empiezan a crear los misterios, las limitaciones, la sensación de que el hombre jamás podrá comprender a Dios, el cual es presentado como un ser todopoderoso y lejano al que pertenecemos como algo más dentro de su creación.
El hombre ya está separado de Dios y tiene un difícil camino de perfección que recorrer para llegar a Él. Lo que un día estuvo claro y cercano, hoy es inexplicable y lejano: la búsqueda de Dios.
A partir de ahí el hombre tiene dos caminos a elegir:
Puede decidir entre permanecer dentro de una religión institucionalizada que le marcará unas pautas establecidas, donde no tendrá que preocuparse por cambiar nada y donde encontrará siempre quien se encargue de canalizar su religiosidad, según los cánones de la religión y los ritos establecidos por los sacerdotes, amén de los límites que la propia sociedad le marque. O bien, hacerse eco de las inclinaciones internas que le lleven a buscar respuestas no establecidas, a comprobar que nada en la Naturaleza es casual, a conocer los ciclos y leyes de su manifestación, a descubrir la armonía del Universo, la periodicidad de los fenómenos naturales, las leyes de causa y efecto, a intuir un plan inteligente y coherente que rige cuando ven sus ojos y percibe su ser. A descubrir, en definitiva, que detrás de toda la creación manifestada existe una inteligencia, voluntad y poder creador, origen de todo, incluido el propio hombre, el cual tiene un papel y una función que cumplir dentro de ese plan de creación.
A lo largo de la historia de la humanidad, han aparecido hombres, que según las distintas tradiciones eran conocidos como rishis, profetas, sabios, magos o patriarcas. Su misión era la de preparar el terreno para la venida de los avatares. Enseñaban al hombre ayudándole y dándole referencias para lograr una forma más coherente de vivir. El conocimiento de un solo Dios, creador de todo lo existente, cognoscible por su propia obra, a través de la cual se manifestaba y al que cada hombre podía encontrar dentro de sí. Le explicaron su lugar en el cosmos y en el plan de la creación.
Los avatares fueron seres de mayor evolución que aceptaron encarnar en la Tierra para dar al hombre referencias claras del camino a seguir. Los más conocidos son Krishna, Buda y Jesús. Cada uno de ellos tuvo un área de influencia bien definida. Así Krishna fue el enviado para el Indo, Buda para la raza amarilla, y Jesús para Occidente.
Nos resultó sorprendente descubrir la similitud de circunstancias que rodeó la vida de estos enviados. Profundizamos a través de la historia conocida, en la vida y circunstancias sociales donde se movieron los avatares y patriarcas, tratamos de buscar los puntos en común, quedándonos siempre con la esencia de sus enseñanzas, eliminado todo lo superfluo que se había añadido a través del tiempo. Estudiamos a Rama, Krishna, Zoroastro, Buda, Abraham, Moisés, Jesús y Mahoma
Descubrimos cómo la humanidad de la Tierra se perdía una y otra vez entre la confusión y la ignorancia. Vencida por el temor, se postraba antes unos sacerdotes que con sus mandamientos y leyes la tiranizaban y sometían a voluntad, puesto que el poder religioso estaba unido al poder político y económico.
Antes este panorama, los avatares impartían sus enseñanzas entre gente sin referencias, gente con miedo tanto al poder humano como al castigo de los dioses. Tuvieron que enfrentarse a las instituciones y sus dogmas, luchando por tratar de devolver al hombre la confianza en sí mismo.
Su forma de impartir la enseñanza era clara y sencilla. Se trataba, básicamente, de unas normas de vida que podrían ser aplicadas en cada momento por los que les rodeaban. Ellos daban ejemplo primero y dejaban la semilla plantada en todo aquel que quisiera hacerla crecer.
Consiguieron movilizar grandes masas de gente que, a su vez, mediante la transmisión boca-oído, diseminaban la enseñanza. Era fácil entenderles pues hablaban para ser comprendidos por todos, sin distinción de clases. Transmitían una energía y convicción superior a cualquier ser humano. Todos coincidían en un mensaje común: OBRAR CON LOS DEMÁS COMO QUISIERAIS QUE LO HICIERAN CON VOSOTROS. ACTÚA DE ACUERDO CON LA CONCIENCIA, NO ACUMULANDO BIENES MATERIALES Y PERECEDEROS Y SABIENDO QUE ESE Dios, AL QUE BUSCABAN Y RENDÍAN CULTO, ESTABA DENTRO DE CADA UNO Y A SU VEZ TODOS ERAN PARTE DE ÉL.
Krishna dijo: DIOS RESIDE EN EL INTERIOR DE TODO HOMBRE, PERO POCOS SABEN ENCONTRARLE. ESE SER DIVINO, ESE AMIGO SUBLIME, ESTÁ EN CADA UNO DE NOSOTROS.
Buda dijo a sus discípulos: DIOS COMO META DEL CAMINO DEL HOMBRE. NINGÚN OTRO DESEO EN LA MENTE Y EL CORAZÓN HUMANO, SINO EL DIOS QUE ESTÁ EN NOSOTROS.
Por último Jesús lo expresó así: DONDE QUIERA QUE EL HOMBRE HABITE, EN LA CIMA DE LA MONTAÑA O EN LO MÁS PROFUNDO DE UN VALLE, EN EL TRABAJO O EN LA QUIETUD DEL HOGAR, PUEDE EN CUALQUIER MOMENTO ABRIR LA PUERTA Y ENCONTRAR EL SILENCIO, ENCONTRAR LA CASA DE DIOS: ESTÁ DENTRO DEL ALMA.
En su origen, la raíz de las religiones era única, pero esa raíz no era una religión sino una forma de vida compartida por todos. Si la diversidad de religiones con que hoy contamos tuvieron en su día un tronco común, si partieron todas de una misma idea, ¿qué es lo que ha ocurrido, con el correr de los tiempos, para que hoy sea tan difícil descubrir lo que hay de común en todas ellas?, ¿Cómo es posible tanta contradicción surgida de una misma verdad?
Sólo hay una explicación y es que los hombres hemos interpretado la idea a nuestro modo, conveniencia, circunstancias sociales, económicas, históricas, etc., y así interpretación tras interpretación, el origen ha quedado desfigurado.
Las religiones al institucionalizarse han manipulado un sentimiento innato en el hombre para proteger los intereses de unos pocos en perjuicio de una mayoría.
Los dogmas, la infravaloración del hombre, el temor a Dios, son la base del poder de la institución que, por sí mismo, no tiene razón de existir y para impedir que el hombre se dé cuenta de lo absurdo de pretender enseñarle cómo canalizar un sentimiento que sólo a él pertenece, le ha sumido en la oscuridad, le ha impedido utilizar su lógica y su razón y ha respondido a sus preguntas e inquietudes con la amenaza de una condenación eterna.
Y lo triste es que les ha salido bien. Ya no sabemos pensar por nosotros mismos, nos hemos vuelto temerosos y cómodos, preferimos rehuir nuestra responsabilidad.
Las instituciones religiosas son como puertas de entrada a la haraganería, no luchan y trabajan por saber la verdad, es más rentable mantener el misterio.
Cada hombre debe conscientizarse de su propio trabajo de evolución personal y actuar en consecuencia, ya que el hecho de estar adscrito a una determinada institución, no le exime de cumplir su misión. En las instituciones religiosas no es la religiosidad del hombre lo que ellos canalizan, sino su propia traducción acerca de ese sentimiento, poniendo límites y barreras de otras formas diferentes a las suya.
Ha habido religiones que en principio enseñaban a buscar en el interior de cada uno, pero siempre se alzaban intermediarios que personalizaban en ellos la luz que debían buscar dentro y, aún hoy, hay sacerdotes de múltiples religiones que utilizan a Dios para sus fines, como si Dios fuese alguien concreto.
Estas religiones deberían desaparecer para bien de la humanidad terrestre, y hablo del catolicismo, islamismo, judaísmo, budismo…
La filosofía de la religión debería partir de una premisa: yo soy Dios y mi Hermano también, por tanto somos iguales.
Una vez sentido esto no se entiende que pueda haber un intermediario entre yo y mi mismo ¿a que es absurdo?
El momento actual que vivimos se caracteriza por la pérdida de valores, por la falta de referencias. Las instituciones religiosas no nos ofrecen nada que nos ayude a salir de la crisis moral y espiritual en que nos encontramos. Cada una se ha presentado como poseedora de la verdad, la única verdad, exclusiva y excluyente y, para defender su supremacía, no han dudado en enfrentar al hombre contra el hombre. Las guerras por motivos religiosos son una prueba clara de hasta dónde puede conducirnos la cerrazón y la soberbia. No se han dado cuenta de que tanta incoherencia, tanto afán de separar los buenos de los malos, los fieles de los infieles, los suyos o merecedores de eternas glorias de los otros, merecedores de eternos castigos y sufrimientos, nos llevarían a los hombres a cuestionarnos su validez.
El sentimiento religioso del hombre, su imperiosa necesidad de religarse es demasiado grande para sentirse cómo en un traje tan estrecho que le impide moverse, manifestarse como es, libre e independiente y al mismo tiempo unido a sus semejantes y a la naturaleza, por lo que tiene de común con ellos; una parte de Dios.
Estamos viviendo tiempos difíciles, las viejas creencias ya no nos sirven, pero no hemos encontrado nada con que reemplazarlas. Estamos tan acostumbrados a que nos digan por dónde dirigir nuestros pasos, que no sabemos qué hacer, qué sentido darle a nuestra vida, qué transmitir a nuestros hijos.
Pero ¿es esto cierto?, ¿estamos tan solos y sin referencias como creemos?, ¿no estaremos pasando de un extremo al otro? Antes parecía todo tan claro que podíamos justificar hasta la muerte de otros seres humanos por defender una idea de Dios, una forma de entender la vida. Ahora parece todo tan oscuro que no encontramos un motivo que nos ayude a afrontarla cada día.
¿No será que hemos olvidado la primitiva idea?, ¿Qué siglos de complicar las cosas sencillas, nos hacen ver como un sueño lo que fue una realidad al comienzo de nuestra andadura como seres humanos?. En esa época lejana, en que la religión surgió de dentro del hombre, porque dentro de él estaba Dios, era parte de su ser y así lo reconoció. El hombre tuvo conciencia de toda la creación y supo que debía ser obra de un ser infinitamente superior, alguien que le amaba y velaba por él. Entonces no necesitó que nadie se lo revelara, su propia conciencia le dictaba las normas, su moral regía sus sentimientos y sus actos.
Tal vez, nuestros esfuerzos deberían ir dirigidos más a recuperar lo perdido que a crear nuevas religiones, o filosofías, pues hemos aprendido, por amarga experiencia, una lección muy dura, pero que puede sernos de gran utilidad. Es muy fácil caer en la egolatría, el dogmatismo, la intransigencia.
Si cada hombre tiene dentro de sí los elementos necesarios para llegar a religarse con Dios, ¿no es hora de que empecemos a mirar hacia dentro y no hacia fuera?, ¿de tratar de vivir una religión universal de amor y justicia?, ¿de oír en nuestro interior la fuerza reveladora de esa vos superior que, a pesar de todo, sigue sonando?, ¿de esa conciencia, innata e independiente, única y común que invita a la unión, no al separatismo?
Existen tantas formas de religiosidad como hombres. No permitamos que nos separen las formas. Si tomamos conciencia de que nadie puede decirnos cómo canalizar nuestra religiosidad, que sólo nosotros, día a día podemos ir descubriéndolo, estaremos preparados para respetar a los demás, para sentar las bases de una sociedad más tolerante y comprensiva.
Sólo podemos ser libres, si lo que genera nuestro espíritu va encaminado al bien común.
Es necesario cambiar, no sólo en nuestra manera de hacer las cosas, sino en el modo de entenderlas. Si hasta ahora hemos confiado en nosotros y dudado de los demás ¿podríamos intentar lo contrario?: confiar en la intencionalidad ajena y poner en tela de juicio la nuestra, identificar el egoísmo que hay detrás de nuestra generosidad, la soberbia con que defendemos nuestra pequeña verdad y tantas y tantas cosas que a diario nos separan de todos aquellos con los que convivimos.
Dentro de nosotros está la fuerza que necesitamos para cambiar en profundidad, pero no el mundo que hemos creado, sino nosotros, que es la única forma de que todos los atropellos de los que hemos sido unas veces causa y otras víctima a través de la historia, y que desgraciadamente siguen ocurriendo en esta sociedad que llamamos civilizada, no vuelvan a ocurrir.
Si la religiosidad es una forma de vivir, cuanto más limpiamente la manifestemos, mejor será nuestra vida.
El camino es duro, pero podremos andarlo si creemos que merece la pena el esfuerzo. Nos ayudará la fe en nosotros y en nuestros semejantes. Pero no una fe que nos haga creer a ciegas cuando se nos diga como dogma, sino algo más profundo: EL CONVENCIMIENTO ÍNTIMO DE LA FINALIDAD DE LA PROPIA VIDA, QUE NOS HAGA ADOPTAR UNA FILOSOFÍA Y UN CAMINO, INDEPENDIENTEMENTE DE LA RESOLUCIÓN DE LAS DUDAS.
Si un camino falla, hay otros muchos que se resumen en uno: Actuar con los demás como quisiéramos que lo hicieran con nosotros. Y desde luego, tratando siempre de oír la voz de la conciencia, que es en definitiva la voz del Cosmos.
Si somos fieles al compromiso, día a día encontraremos que el camino está más iluminado, no solo por el Sol, sino por nuestra propia Luz.
Grupo Aztlán - Los Manuscritos de Geenom II
EPILOGO
Después de siglos y siglos en los que el hombre de la Tierra ha buscado la inmortalidad, la permanencia en la vida física o en la memoria de los otros hombres, cabe preguntarse si esa búsqueda, que tantas vidas propias y ajenas ha costado, no será una simple deformación de la búsqueda real del ser humano: el religarse, el encontrar la fuente, no de la eterna juventud, sino de la eterna sabiduría, su unión con ese ser intangible, tantas veces negado, que llamamos Dios.
Vista así la cuestión, parecería que el permanecer en la memoria de la historia es un reflejo de esa otra memoria, más amplia y más justa que llamamos Archivo Akáshico. En él se encuentran registradas las vicisitudes de todos aquellos espíritus que un día tomaron cuerpo físico para andar su trayectoria de reencuentro.
La inmortalidad existe, pero no como fenómeno físico, sino como esencia del Cosmos. "Nada se crea ni se destruye, sólo se transforma", dice el axioma y así es en todo lo creado, visible e invisible. El Cosmos está en cambio y evolución constante, como un caleidoscopio, como una nube de gas que cambia constantemente su forma, aunque no su esencia.
Deje el hombre de buscar la inmortalidad como fenómeno físico o mental y busque la causa de ella pues, cuando la halle, descubrirá que Dios y Todo es una misma cosa. Que el hombre, la planta, el animal y las rocas, gozan por igual de esa inmortalidad que les da la esencia que les compone, pues sólo la esencia permanece. La forma, la sustancia, un día será nuevamente esencia, pero antes tendrá el calificativo de mortal, tanto tiempo como el hombre tarde en descubrir cual es su verdadera razón de ser y de existir.
A lo largo de este relato, he querido haceros llegar un solo pensamiento: BUSCAD. Sed buscadores de vosotros mismos. No os creáis que, hallando la sombra, ya os habéis encontrado, porque la sombra está fuera y no siempre representa fielmente al cuerpo del que emana. Sabed que la sombra sólo será fiel cuando no exista, cuando la luz que la forma no esté más fuera, sino dentro, cuando esa luz sea vuestra propia energía, al igual que ahora yo espero serlo.
Antes, cuando llegaba la luz llegaba de fuera, la sombra que el cuerpo proyectaba estaba en función de la posición que tuviera con respecto a esa luz. Ahora, cuando la luz es uno mismo, ya no hay más oscuridad, no hay nada que tenga que ser descubierto, sólo es cuestión de llegar, pero teniendo ya claro el camino.
Para mí, al igual que un día para cada uno de vosotros, se ha acabado la noche, las tinieblas, la muerte. Seré energía vivificadora como la que hace crecer las plantas, animales y personas. A vosotros, hombres de la Tierra, aún os queda un largo camino para salir del túnel, aún muchos tropezones, pero también muchas alegrías con cada clave encontrada a lo largo de ese túnel, porque cada clave es un poco más de luz.
Tenéis la obligación, la responsabilidad y el deber de cuidar y proteger todo lo que el Cosmos ha puesto en vuestras manos, desde las piedras que forman el planeta hasta la imagen más sublime del Universo visible que sois vosotros mismos, vuestros hijos, vuestra familia y amigos, vuestros vecinos y compañeros de trabajo, y en fin, todo aquél que, en algún momento, forme parte de vuestro círculo de radiación.
SI SABÉIS SEMBRAR PODÉIS RECOGER, PERO TENED PRESENTE QUE SOLO RECOGERÉIS AQUELLO DE LO QUE HAYÁIS SEMBRADO.
Con Amor
Geenom
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