Hoy día vivimos en un mundo de información y tenemos a nuestro alcance -cómo nunca antes había sucedido- toda la que necesitamos en cualquier situación. Hay guías y manuales para enseñarnos a hacer casi todo. Sin embargo, hay un terreno salvaje e inexplorado que no ha podido ser cartografiado por nadie, porque los mapas que se han hecho de él han sido válidos apenas durante unas horas. Y es que somos impredecibles en nuestros comportamientos, quizá para que nos demos cuenta de la importancia que tiene el ser humano.
Tal vez sea cierto aquello que pensaban los "ilustrados" de la Edad Media y el ser humano sea la creación más especial del Universo. Aunque bien es verdad que ellos lo creían por razones puramente egocentristas y ahora lo que nos planteamos es un tema de valoración, de reconocimiento de la importancia que tiene ser una "unidad de conciencia en desarrollo que se manifiesta en distintos planos".
Creo que ya lo he dicho en alguna ocasión, pero sigo pensando que la asignatura más difícil que tenemos los seres humanos de cara al siglo XXI es precisamente la creación de una sociedad armónica y, para eso, no solamente hace falta que nuestro mundo sea más solidario, que haya un mejor reparto de los recursos, que no se explote la naturaleza en el presente olvidándose de las generaciones futuras, que se respeten los derechos de todos los seres vivos, tanto humanos como animales y plantas, que no haya instituciones de ningún tipo que esclavicen el pensamiento de las personas, que todos tengan una existencia digna... todo eso hay que hacerlo, pero también, en paralelo, será necesario aprobar la asignatura pendiente de nuestra humanidad: las relaciones interpersonales.
Una vez leí que "el amor es el pegamento que mantiene unido al Universo", creo que es una frase que se atribuye a Einstein, pero da igual, lo importante es reflexionar un momento sobre ella: todo impulso que surge del ser humano tiene dos únicos motores, dos emociones que son el origen de todas las demás: amor y miedo. Y la tensión que existe entre ellas es la que genera la realidad en la que cada uno se desenvuelve.
El amor es ese impulso incontenible de avanzar, de generar, de salir y tiene mucho que ver con la creación misma. El miedo, por el contrario, es el polo opuesto, es esa energía de retención, de pararse y agazaparse ante todo aquello que traducimos como un atentado contra nuestra supervivencia.
El amor es el "pegamento" que nos mantiene unidos. Todo impulso de relación con los demás está generado por el amor en alguna de sus manifestaciones; da igual que el "filtro" por el que pasa esa energía se llame relación de pareja, de amistad, de padres o hijos, de trabajo... o cualquier vínculo. Y es precisamente en ese "filtro" donde se empiezan a generar los conflictos.
¿Y por qué es tan difícil clarificar las relaciones personales? En una primera lectura entendemos que es lógico que así sea si nos detenemos en las diferencias que nos separan a unos de otros: educación, creencias, status, metas, formas y hábitos adquiridos, experiencias..., todo aquello que conforma nuestra personalidad.
Sin embargo, estas cosas, con ser difíciles de encajar, no son imposibles, sólo hay que prestar la atención suficiente a nuestro comportamiento para modificar aquello que nos hace cosechar infelicidad y así, aplicando pequeñas correcciones, uno se va acercando a las piezas del otro y poco a poco logra que encajen. Y eso da una plataforma de tranquilidad desde la que las personas pueden relacionarse de una forma "civilizada", porque al fin y al cabo el trabajo se ha hecho sobre el mundo de las formas, y los seres humanos -que llevamos tiempo moldeándonos cual alfareros- sabemos, si queremos, hacerlo muy bien.
Pero a pesar de que muchas personas lo tienen todo aparentemente "bien encajado", empiezan a surgir las dificultades: los asaltantes del camino que nos quitan la paz interior y el sueño.
Uno de esos asaltantes son las expectativas, una sutil trampa en la que es muy fácil caer. Tenemos expectativas de lo que la relación con una persona determinada puede reportarnos, de lo que va a suceder, de cómo va a suceder y lo que es aún más grave: de cómo se va a comportar el otro.
Es decir, sin darnos cuenta caemos, en nuestra relación con los demás, en la misma trampa que caíamos con nosotros mismos con relación al ego (la idea que tenemos sobre nosotros mismos). Es como si les hiciéramos un ego a esa persona en relación a nosotros, un ego a nuestra medida, una personalidad que sólo es la idea que nosotros tenemos de él o ella. Como creadores novatos vamos otorgando a esa persona atributos que sólo son producto de nuestros deseos, de nuestras necesidades, le proporcionamos un "alma" que nace de nosotros, no del otro y... cuando hemos terminado nuestra obra confiamos en que empiece a comportarse, a funcionar, de acuerdo a los parámetros que nosotros esperamos.
Mientras no haya muchas diferencias entre nuestras expectativas y lo que en realidad vivimos en la relación todo sigue rodando, pero cuando esa persona comienza a comportarse como un ser ajeno a nosotros, cuando descubrimos que tiene "vida propia" y unas características de personalidad que nosotros no hemos incluido en su programa de funcionamiento , empiezan a surgir las dificultades.
Y eso se complica aún más, porque las otras personas también hacen lo mismo que nosotros, también nos crean "¿a su imagen y semejanza?" y comienza un camino lleno de obstáculos que son el desencanto, la defraudación, el dolor, la incomprensión y la pérdida.
Los demás no son como nosotros les vemos y tampoco nos acercamos al patrón que ellos tienen sobre nosotros. Sabemos la teoría: cada ser humano tiene una observación parcial de la realidad, la suya, y además la va modificando constantemente a medida que va dando pasos por los múltiples senderos de las experiencias de la vida por tanto, va cambiando constantemente su percepción del mundo que le rodea. Si eso es así, cada cambio nuestro implica que también "cambiamos" a los demás, o mejor dicho a la imagen que de ellos tenemos.
Asumir eso debería proporcionarnos una cierta flexibilidad y la capacidad de distanciarnos de los sucesos para relativizarlos y darles el peso específico más adecuado. Pero en las circunstancias normales de la vida cotidiana esto se olvida y caemos en el embarullamiento de las expectativas y los apegos. Las emociones "secuestran" a la lógica y el razonamiento y es difícil liberarlos.
¿Por qué jugamos a ser creadores?, ¿es un entrenamiento necesario para un futuro lejano?, ¿es un aprendizaje para que nos demos cuenta de lo que no hay que hacer?, ¿es una toma de conciencia de nuestro potencial?
Creamos a nuestros hijos, pero también a nuestros padres, a nuestra pareja, a nuestros amigos, a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros ídolos, a nuestros opositores, a los que consideramos enemigos... a todos aquellos con los que establecemos relaciones cercanas. ¿Cuál puede ser el camino? Se me ocurre que podría tener tres etapas: observar, comprender y aceptar.
Ser observador significa mirar desde un poco más lejos, salirnos de las situaciones, de las personas y, por supuesto, también salirnos de nosotros mismos. Porque cuando nos alejamos de algo abarcamos un "paisaje" más amplio, podemos observar los contornos, las circunstancias, el ambiente que rodea esos hechos, los detalles que antes pasaban desapercibidos. El foco se amplía y la luz ilumina más.
Después de observar llegaría el momento de comprender, pero involucrando a la mente y al corazón. Practicando lo que se llama "Asertividad" (ser capaz de ponerse en los zapatos del otro). Es decir, entender desde la otra persona, no desde nosotros.
Finalmente, llegaría la aceptación, la asunción, la integración en nosotros de lo que hemos observado y comprendido. En ese proceso queda perfectamente identificado lo que nos corresponde a nosotros y lo que le corresponde a los demás.
Y como generalmente no tenemos muy incorporado en nuestro comportamiento cotidiano esa forma de observar, sin caer en la emoción o el razonamiento, sin emitir juicios y valoraciones, sin renunciar a nuestras expectativas y apegos, se hace necesario que en algún momento del día -quizás al final de la jornada- nos recluyamos en algún lugar y dejemos que nuestra mente entre en la quietud y el silencio y, cual espectador de una película, pasemos por delante de nuestros ojos las imágenes de aquellas cosas que vayan surgiendo; éstas pueden ser muy significativas o por el contrario no serlo en absoluto, pero cuando aparecen es porque algún aprendizaje conllevan y hay que descubrirlo.
Si se practica, esa forma de pensamiento puede ir tomando cuerpo en nuestra vida y, poco a poco, iremos cambiando, no el paisaje, porque a veces eso no está en nuestras manos, pero sí nuestra forma de verlo.
El resultado será una mejoría en la relación con los demás y una seguridad en nosotros mismos que nacerá de nuestro interior siendo, por tanto, más duradera.
CADA VEZ...
Cada vez que nos negamos a recorrer el camino que la vida nos pone delante, cada vez que huimos de las dificultades, cada vez que dejamos de amar por temor a ser heridos, cada vez que retiramos nuestra mano ante alguien que nos pide ayuda, cada vez que nuestros ojos se cierran para no ver realidad que nos rodea, cada vez que nuestros oídos se abren a la música pero no a los ruidos, cada vez que nuestros pies nos llevan hacia el fango y no hacemos nada por evitarlo, cada vez que el color de una piel nos condiciona,, cada vez que u dios nos limita, cada vez que nos sonreímos por compromiso, da vez que la muerte de un ser vivo nos deja indiferentes, cada vez que la mirada limpia de un niño no nos conmueve, cada vez que nos negamos a nosotros mismos, cada vez que no SOMOS simplemente estamos muriendo.
RENACER
Los hijos no vienen para la satisfacción de los padres. Son seres que vienen para cumplir con su destino y eligen o llegan a sus padres para aprendizaje de éstos o porque estos padres son los más adecuados para ayudarlos a sanar su emociones pasadas y a cumplir con ese destino.
Si en el instante del nacimiento el bebé se atraviesa o presenta sus nalgas en lugar de la cabeza o nace enroscado en el cordón umbilical, ya nos está diciendo mucho sobre su drama interior. Si perdemos este momento de manifestación genuina del alma, difícilmente tendremos otra oportunidad tan clara en las siguientes etapas de su crecimiento.
Los antiguos mayas tenían un conocimiento al respecto, que nosotros hemos perdido. Ellos sabían muy bien que el alma unida al feto era el psiquismo de una persona muerta que volvía a renacer. Justamente esto es lo que espera un bebé de su madre: un renacimiento, en lugar de un nacimiento.
La madre puede pacificar al bebé de los traumas de vidas precedentes. La madre tiene el poder de borrar los recuerdos dolorosos del pasado. ¿Cómo? Haciendo consciente la vida fetal. Tomando conciencia de todas las contingencias dramáticas, de todos los peligros, las asechanzas y los miedos que puede experimentar el feto durante la vida intrauterina. Tomando conciencia de que, en el momento del nacimiento, no sólo es posible liberar al recién llegado de la carga de su pasado, sino que también es posible sanar al mundo.
En cada nacimiento hay una oportunidad para sanar el mundo. ¿Cómo? ¿De qué manera? Fundamentalmente, devolviéndole a la mujer su condición de madre de la humanidad. Recuperando para la sociedad moderna el culto a la maternidad. Es necesario que la madre sea feliz. Una madre feliz es la mejor garantía para el desarrollo de un ser libre, maduro y completo y para la construcción de un mundo mejor.
Recordemos que cada ser que llega al mundo trae sus emociones, sus dolores pasados, su lección de vida y su trabajo a realizar, y, desde el instante mismo de la concepción, sus padres, como más tarde el obstetra, el pediatra y sus primeros maestros en la escuela pueden ayudarlo a cumplir con su propósito.
Obviamente el rol más importante es el de la madre. La madre es el primer psicoterapeuta y necesita ser respetada y venerada no sólo por su pareja, sino por toda la sociedad, para que pueda ejercer su rol terapéutico en forma plena y sin sobresaltos. Sólo se necesita conciencia, amor y comunicación. Es necesario hablar con él ya sea mentalmente o en voz alta y no tener temor de hacer el ridículo.
Aunque no lo escuchemos él escucha todo y no sólo eso sino que además puede leer nuestros pensamientos, como ya se ha visto. El solo hecho de concentrar la atención en el feto hará que la comunicación se haga consciente.
Comunicación, amor y conciencia. Sobre todo, mucho amor. Echemos por un instante una mirada a nuestro mundo de hoy. No hay continente en el que no haya guerra, persecución, hambre, desolación y dolor. Ahora, si una persona, durante el lapso de su vida física no ha estado en contacto o no ha tenido la oportunidad de desarrollar su conciencia espiritual, al llegar el momento de su muerte, su alma puede tener serias dificultades para desprenderse del plano físico y entrar en la dimensión de la luz.
Ahora bien, una madre consciente de la realidad de la vida fetal, consciente de que ese ser que aloja en su vientre trae su propia historia, consciente de que ese mismo ser tal vez viene huyendo de una tragedia contemporánea, puede sanar todos sus dolores, miedos y rencores mediante el poder del amor. Si ese bebé llega al instante del nacimiento envuelto en una atmósfera de amor, seguro de sí mismo y seguro del amor de sus padres, sabrá que tiene una nueva oportunidad y habrá dejado atrás su pasado doloroso. No necesitará vengarse, no necesitará odiar y así, nacimiento por nacimiento comenzaremos a sanar el mundo.
Por supuesto, no todos los niños que nacen vienen de una guerra o de una tragedia. Muchos de ellos vienen de mundos de luz y llegan a nosotros justamente, para ayudarnos en este trabajo de sanación del planeta. Pero tenemos que saber que la gran mayoría viene con su carga del pasado.
En concreto, ¿qué pueden hacer los padres, y sobre todo la madre, durante la vida fetal?
1) Tomar conciencia de todo lo que hemos visto hasta aquí, desde la concepción hasta el nacimiento.
2) Tener presente que, en el momento de la concepción, el ser que será nuestro futuro hijo está allí, presenciando y participando activamente en este proceso.
3) Hacer consciente la comunicación que existe en forma natural entre la madre y el feto. La madre debe conversar con el alma del feto tal como lo hace con cualquier persona de cuerpo presente. Recordar que el feto está todo el tiempo junto a ella participando de todos los acontecimientos, emociones y percibiendo hasta el más mínimo pensamiento de la madre. No olviden que para el feto no hay secretos.
4) También el padre debe hablar con el feto y acariciar la panza de la embarazada. Esto es algo que el bebé aprecia y disfruta mucho, a la vez que le brinda seguridad.
5) Cualquier situación emocional intensa que viva la madre, cualquier discusión que pueda surgir con algún familiar o entre los padres, debe ser esclarecida al feto para desligarlo de dichas emociones, explicándole que él no tiene nada que ver con esa situación, ni es responsable de ella. Recuerden que todas las frases y dichos que se enuncien enfáticamente se convertirán en órdenes y mandatos inconscientes en el futuro adulto.
6) Incluir al feto en toda decisión trascendente que tenga que tomar la familia, como cambio de trabajo, de domicilio o inclusive de país. Comunicarle todo lo que se va a hacer en todos los casos, explicándole los motivos de ese cambio o de la decisión tomada, asegurándole que no importa lo que pase, pues todo estará bien.
7) Si la madre debe concurrir al médico o necesita tomar una medicina o someterse a una intervención diagnóstica o quirúrgica, explicarle lo que se va a hacer y decirle que no debe temer nada, que todo va a salir bien.
8) De la misma manera y con mayor razón debe procederse cuando se trata de los controles del embarazo. Hay que anunciarle y explicarle al feto todos los procedimientos que se van a realizar y, sobre todo, estar atentos a las reacciones del feto ante el obstetra. Si la madre no se siente cómoda con el profesional, consultarlo con el bebé. Tal vez sea él quien no está conforme con el obstetra elegido.
9) La madre debe cuidar todos sus hábitos y sobre todo su alimentación. Si la madre fuma, el feto se verá afectado no sólo por el humo del cigarrillo, sino también porque disminuirá la concentración de oxígeno en la sangre y esto puede limitar o inhibir el crecimiento fetal. Este hábito, como así también el consumo excesivo de medicamentos, sedantes o antidepresivos estarán creando la base para una futura adicción. Y los famosos antojos y las náuseas pueden ser provocados por el mismo feto, que así expresa su gusto o su rechazo por determinados alimentos. Los vómitos y las náuseas pueden ser un recurso del feto para obligar a la madre a cambiar su dieta.
10) Cualquiera sea la actividad que desarrolle, la madre debe tener presente en todo momento que dentro de ella hay un ser que piensa, siente, oye y reacciona ante cada evento en el cual ella participe. El feto estará expuesto a las circunstancias particulares del ámbito en el que ella se desenvuelve. Por ejemplo, si la madre es agredida por personal jerárquico superior o es despedida de su trabajo, el feto sentirá que él también es agredido o rechazado y experimentará como propios el desaliento o la preocupación de ella.
Si la madre es una profesional de la salud y está en contacto con el dolor, la tragedia o el sufrimiento de sus semejantes, tener en cuenta que las emociones de los pacientes pueden reactivar en el feto sus propias emociones no resueltas. En cada circunstancia es suficiente hablar con el feto y explicarle de qué se trata cada cosa, discriminándolo de las emociones y reacciones de los otros.
11) Una circunstancia por demás dolorosa durante la gestación es el fallecimiento de un ser querido. Dentro del dolor de la pérdida no hay que dejar de lado al feto. Si la madre sólo piensa en su dolor o cae en un estado depresivo, para el feto el resultado será experimentar una vez más el abandono y el desamparo. Este puede ser el momento en que el feto tome alguna decisión que lo afectará más tarde en su vida adulta. Tampoco hay que aferrarse al feto como a una tabla de salvación. Está bien y es natural hacer el duelo, pero al mismo tiempo hay que mantener el contacto con el feto explicándole, como siempre, lo que está sucediendo.
12) Cuando se está acercando el momento del parto, explicarle lo que va a suceder. Anunciarle que va a nacer a una nueva experiencia y que será recibido con amor. Explicarle toda la secuencia del parto. Decirle que las contracciones uterinas son necesarias para ayudarlo a salir y no para expulsarlo. Si la madre está bien contactada con el feto, el parto será un trabajo en equipo y no habrá necesidad de recurrir ni siquiera a medicamentos para inducir el trabajo de parto.
13) Cortar el cordón umbilical. Este es un aspecto fundamental del rol de la madre. Es la madre quien debe cortar el cordón en lugar del obstetra. Esta es una oportunidad única para que la madre pueda liberar por sí misma al nuevo ser de la simbiosis y de la dependencia obligada durante la gestación, dándole la libertad y la decisión para desarrollarse como un ser libre, maduro e independiente. Es como decirle: "Yo te recibo, te amo y te libero. Al cortar el cordón estás cortando con tu pasado. Esta es una nueva vida, esta es una nueva oportunidad. Esta vez todo saldrá bien. Eres libre para hacer lo que viniste a hacer".
De todo esto lo más importante es hablar, mantener la comunicación con el feto todo el tiempo. Lo ideal es comenzar a llamarlo por su nombre en cuanto se sepa su sexo. No esperar hasta el momento del nacimiento para darle un nombre porque eso facilita las ambigüedades y le resta intimidad al contacto. Es necesario reasegurarlo permanentemente. Recuerden que la desconexión con su madre es lo peor que le puede pasar al feto y que para él no hay heridas o traumas ligeros. Cada trauma representa la posibilidad de ser aniquilado y por ende sus reacciones también serán desmesuradas.
Ahora que sabemos que cada ser trae consigo su carga del pasado, su historia y sus emociones, podemos hablarle en base a nuestro conocimiento. Podríamos decirle, por ejemplo, que ésta es una nueva oportunidad, que esta vez será diferente, que no importa lo que haya sucedido en el pasado, porque todo eso ya pasó, que ahora será amado, cuidado y protegido, que le ayudaremos a hacer lo que vino a hacer.
Una madre conectada con el feto podrá registrar su estado de ánimo y discriminar perfectamente cuáles emociones son de ella y cuáles pertenecen al bebé. Podrá saber cuál es su miedo o su preocupación e inclusive podrá intuir hasta su historia pasada, que puede serle revelada en sueños, y obrar en consecuencia.
*****
EL CÍRCULO DEL NOVENTA Y NUEVE
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente que, como todo sirviente de rey triste, era muy feliz.
Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con al vida era siempre serena y alegre.
Un día, el rey lo mandó llamar:
- Paje - le dijo- ¿cuál es el secreto?
- ¿Qué secreto, Majestad?
- ¿Cuál es el secreto de tu alegría?
- No hay ningún secreto, Majestad.
- No me mientas, paje. He mandado cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
- No le miento, Majestad, no guardo ningún secreto.
- ¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¡eh? ¿por qué?
- Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?
- Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
- Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...
- Vete; ¡vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.
- ¿Por qué él es feliz?
- ¡Ah! Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo. -¿Fuera del círculo?
- Así es.
- ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
- No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
- A ver si entiendo: estar en el círculo te hace infeliz.
- Así es.
- ¿Y cómo salió?
- Nunca entró.
- ¿Qué círculo es ése?
- El círculo del 99.
- Verdaderamente, no te entiendo nada.
- La única manera de que entendierais, sería mostrároslo en los hechos.
- ¿Cómo?
- Haciendo entrar a vuestro paje en el círculo?
- Eso, obliguémosle a entrar.
- No, Majestad, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
- Entonces habrá que engañarlo.
- No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito, solito.
- ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad? -Sí, se dará cuenta.
- Entonces no entrará.
- No lo podrá evitar.
- ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
- Tal cual, Majestad, ¿estáis dispuestos a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?
- Sí.
- Bien, esta noche os pasaré a buscar. Debéis tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!
- ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?
- Nada más que la bolsa de cuero Majestad. Hasta la noche. -Hasta la noche.
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste".
Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde detrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció; apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia los lados de la puerta y se introdujo en la casa. El rey y su consejero se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que se encontraba sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido de la bolsa en la mesa.
Sus ojos no podían creer lo que veían. ¡Era un montón de monedas de oro! El, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él. El paje las tocaba y amontonaba, acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis y, mientras, sumaba: 10, 20, 30, 40, 50, 60… hasta que formó la última pila: i9 monedas! Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. "No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.
- Me robaron -gritó- me robaron, ¡malditos!
Una vez más buscó en la mesa, en el suelo, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro. "Sólo" 99.
- 99 monedas. Es mucho dinero -pensó-. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo, cien es un número completo pero noventa y nueve, no.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña.
Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ('Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien? Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo.
Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.
- Doce años es mucho tiempo, -pensó-. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en el palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó la cuenta: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de la comida todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender... Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio volvieron al palacio...
El paje había entrado en el círculo del 99. Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando con malas pulgas.
-¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo.
- Nada me pasa, nada me pasa -contestó malhumorado el paje.
- Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
- Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Majestad, que fuera su bufón y su juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.
MORALEJA:
Usted, y yo, y todos nosotros, hemos sido educados en esta estúpida ideología: siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, nos enseñaron, la felicidad deberá esperar a completar lo que falta.... Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida
Pero, ¿qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por cien del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que nada más de redondo tienen cien que noventa y nueve, que todo es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que seamos estúpidos, para que trabajemos como enanos, cansados, malhumorados, infelices o resignados. Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual... ¡eternamente igual!...?
Tal vez..., algunas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como están.
Autor anónimo
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Continuará.....
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